Prof. Ramiro Ruíz Primera
Hoy en día puede afirmarse, sin temor a
equivocaciones, que prácticamente no existe en Los Taques y sus alrededores una
construcción que rebase los 300 años de existencia. Y cuando se hace referencia
a Los Taques y sus alrededores, por supuesto que se incluye a Cumujacoa
(Nococotí), Guanadito, El Hoyo y Jacuque que fueron hatos
antecesores de Los Taques, muchos de
los cuales tuvieron sus respectivos tanques, huertas y casas con trojas y, en
algunos casos con horno exterior, entre los cuales Jacuque marcó pauta, con su vieja casona de mediados
del siglo XVIII que perteneció a Don Juan de la Colina, antes de ser posesión
de la familia Pachano Plaza.
Esta afirmación la sustentamos en parte
por aquel recordado estudio de Amuay 64, a través del cual el
arquitecto Gasparini y su equipo se paseó por una investigación pormenorizada
de las casonas de más larga data existentes para entonces en el Municipio Los
Taques; e incluso, en casi todas
sus otras comunidades circunvecinas.
Por tales razones y sin temor al riesgo de ser calificados de herejes,
pero fundamentados en la incontrovertible opinión de la
mayoría de los testimonios
analizados, nos inclinamos a pensar que el nacimiento de Los Taques como poblamiento organizado, debe ubicarse en la década de los setenta del
siglo XVIII. Esto es refrendado no sólo
por los patrones de esa época,
sino también por los incuestionables testimonios que representan mapas y cartas
marinas elaborados para ese entonces, tales como los de Cano y Olmedilla del
año 1775 y las subsiguientes cartas geográficas publicadas pocos años después
por el geógrafo Juan López; en los cuales, por primera vez, se le da cabida al
nombre de Los Taques como asentamiento poblacional.
Incluso, aún en la segunda década del siglo XIX, época en que aparece
publicado el mapa de Paraguaná por el Brigadier José Joaquín Fidalgo (1817), varios nombres de las actuales
poblaciones paraguaneras aparecen en dicho mapa, pero como accidentes
geográficos. Por ejemplo, allí se citan nombres como el Morro y Punta de Carirubana, como también los de Amuay, Zarabón, Judibana, Adaro y Las
Piedras. “Estanques”, aparece todavía en
lugar del nombre de Los Taques y Aurícula por Adícora,
registrados como apenas vecindarios peninsulares.
Dada la continua y reiterativa mención de estos nombres en tan
apreciable período de tiempo para indicar el punto geográfico de su ubicación,
no es descabellado pensar que el nombre de Los Taques pudiera originarse
eventualmente, como una derivación lingüística, de los nombres primigenios con
los cuales fue inicialmente conocido de modo indistinto: Los Estanques o Los Tanques, debido al alto número de reservémonos artificiales de agua que se hallaban
en la zona.
Al menos esta presunción resulta más coherente que la peregrina,
simplista y dudosa especulación de que su nombre proviene de la planta taque, la cual -de modo absoluto y secular- ha
brillado por su ausencia no sólo en la totalidad de la árida y seca tierra de
su ámbito territorial, sino también en el decurso de sus numerosos días; tanto
así, que ni siquiera es someramente mencionada en la minuciosa taxonomía de la
flora xerófila de la zona, elaborada por el polifacético sabio y naturista
larense, Don Lisandro Alvarado.
Asimismo, esta interpretación se corresponde con documentos oficiales
ulteriores, tales como el diario completo de la empresa de la Batalla sobre El
Lago publicado en La Gaceta
de Colombia, simultáneamente con
otros documentos, bajo el título "Diario de Operaciones de la Escuadra sobre el Zulia" al mando del general Padilla y cuya
primera entrega salió en junio de 1823. Allí se informa de la llegada del
bergantín Independiente a Punta de los Estanques, refiriéndose a la Punta de Los Taques o a la actual Villa Marina.
Igual consistencia en similares alusiones se observa en innumerables
artículos de oficio suscritos y despachados por Don Ángel Laborde y Navarro,
Comandante de Fragata de la Armada Nacional, comendador de la Orden de Isabel
la Católica y Comandante de la División Marítima de Costa Firma y de las Fuerzas
Navales Españolas en la América Septentrional y de dilatada actuación por estas
costas.
Por ninguna parte en todos esos numerosos
mapas y documentos aparece la palabra "taque", ni siquiera como una
referencia remota a esta planta, por lo demás inexistente en la zona y sin
aplicación utilitaria alguna tanto para los indios como para nosotros; y, mucho
menos que mantuviese un rango tal de significación ahora y en aquella época,
como para presuponer cierta importancia que lo llevara a constituir un topónimo
caquetío que derivara en el nombre propio de este pueblo, por pequeño que el
mismo fuera.
En cambio, de manera secular y permanente
—durante casi tres siglos-, los vocablos Los Tanques, Los Estanques, Punta Los Tanques o simplemente El Tanque constituyeron por si sólo una referencia
geográfica certera para la ubicación exacta e indubitable de esta parte del
occidente paraguanero que, hasta la saciedad, se identificó con los susodichos
reservorios de agua y que, a poco más de los últimos doscientos años; sobre todo cuando empieza a ser registrado en los mapas y padrones
oficiales de la época, ha derivado en el nombre de Los Taques, tal vez incluso,
por la supresión involuntaria de una simple letra.
Finalmente, los recientes y enjundiosos estudios acerca de la historia
de la tenencia territorial en la Península de Paraguaná del citado investigador
Carlos González Batista, soportado por incuestionables documentos de la Sección
de Litigios Sobre Tierras contenidos en el Archivo Histórico de Coro, refrendan buena parte de nuestra
apreciación expuesta en el párrafo anterior.
En efecto en el Tomo II de su obra Tierras de Falcón (páginas 19 y 20), González Batista
afirma que Los Taques fue el último vínculo de propiedad territorial creado en
Paraguaná con una forma restringida de propiedad reservada; en este caso,
destinada al usufructo exclusivo de la familia García de Quevedo. Es
precisamente en estas tierras cuya propiedad fue detentada en un inicio por
Doña Rosa de Quevedo, viuda de Don Diego Laguna, donde se genera un litigio con
los caquetíos de Moruy.
Desde épocas precolombinas estos
aborígenes llevaban a cabo en ese sitio temporadas de pesca y de extracción de
sal, beneficiándose a la vez tanto del agua salobre que emanaba de un manantial
como de la que se encontraba recogida en los diversos tanques existentes. Estos
depósitos de agua habían sido construidos por excavación manual y cuya tierra,
transportada en parihuelas que eran utensilios de trabajo de uso frecuente para estos menesteres en
la época.
Se disponía a su alrededor para conformar
las barrancas que servían de contención al agua que bajaba por las vaguadas
naturales de las lomas y de los cebaderos, que no eran otra cosa
que pequeñas vertientes y cauces artificialmente construidos para recolectar
agua de las escasas lluvias estacionales que se presentaban. Los indios aunque
se vieron constreñidos en el desempeño de su actividad, siguieron ejerciendo
faenas de pesca y de recolección de sal, pero sus productos tenían que
cambiarlos, obligatoriamente, por el agua que ahora, era controlada por los
García de Quevedo.
González Batista abunda en el tema y
señala que:
Hacia 1780 la fundación de Los Taques, al
abrigo del agua del manantial que allí existía había crecido en entidad, hasta
convertirse en uno de los hatos principales de la posesión. Además de dos casas
(una era la de Don Francisco Javier García y la otra de su cuñado Don José
Quevedo), existía un tanque y dos jagüeyes
cercados; pero además había otro tanque, medio abandonado, situado en el lugar
conocido como El Hoyo, abierto décadas atrás por el alférez real Don Alejandro
Antonio de Quevedo, y que se hallaba en el camino Real de la Salina.
Como se puede apreciar, esta información
recopilada y con el debido respaldo documental del citado autor, refuerza, por
un lado, nuestro convencimiento de que la fecha de la fundación de Los Taques
debe ubicarse en la octava década del siglo XVIII, posiblemente entre 1771 y
1773; y, por el otro, nuestra
conclusión de que no existe en este pueblo una construcción que sobrepase los
250 años de construida, incluyendo su Iglesia que, según testimonios orales
transmitidos por cercanos ancestros nuestros, tiene data de inicio de
construcción para el último cuarto del siglo XIX, aproximadamente en el año
1881.
Los Taques y la Santa
Cruz
Igualmente salta a la vista como una
última conclusión lógica y derivada de la bibliografía y cronología investigada
que, así como es difícil -por no decir imposible- ubicar un conector objetivo
que relacione, directa o indirectamente, el supuesto puerto
"paraguanero" de Santa Cruz con Los Taques; tampoco existe indicio
alguno que valide, aunque sea remotamente, la muy generalizada creencia en este
pueblo paraguanero de que la llegada de la Santa Cruz por primera vez a tierra
firme, tuviera lugar en las costas taquenses.
Creencia que, cuando menos, luce en la región
como un contrasentido histórico, por el hecho de anteponer su existencia a
la Cruz de San Clemente que permanece en el lugar donde se cantó la
primera misa en Venezuela y que la tradición unánime la considera el punto de
partida de la ciudad de Coro. Tal vez como una pretendida justificación, desde
hace mucho tiempo en el pueblo de Los Taques el vulgo se ha visto obligado a acunar
el socorrido adagio de que "no hay más cruz que la de mayo".
Quizás también el acendrado fervor de
este pueblo por este emblemático símbolo santo, cuya máxima expresión popular
se plasma en lo que el recordado Alí Brett Martínez llamara las “rumbosas y jacarandosas Fiestas de Mayo
de Los Taques”, haya permitido una laxa
licencia para asumir como cierto un hecho que, históricamente, carece de todo
fundamento. Y además, se ha llegado al extremo de erigir caprichosamente un monumento para
recordar la efemérides del presunto desembarco, con una acomodaticia fecha de "3 de Mayo de 1502" y que, también ahora, se pretenda justificar el inexplicable cambio
del nombre de Los Taques por Santa Cruz de Los Taques, recurriendo simplemente a ese infundado argumento.
Por supuesto que no nos oponemos a lo
inocuo de este cambio, porque eso no tiene mayor trascendencia. Sencillamente
lo que queremos es reivindicar la verdad histórica porque, como ha quedado
demostrado, para la fecha en cuestión, no se produjo fundación alguna en las
susodichas costas y menos el desembarco o llegada a ellas de este símbolo que
representa a Jesucristo, cuando es harto conocido que en las tripulaciones de
aquellas embarcaciones no se registran misioneros o sacerdotes que fuesen
custodios de tan sagrado emblema; y,
antes, por el contrario, venían conformadas por
muchos ex convictos y desadaptados de la
sociedad española de la época.
Por lo demás, es bueno apuntar que las Festividades de la Cruz de Mayo
que tienen lugar los días 2 y 3 del precitado mes y que hoy en día se conciben
como festividades religiosas enmarcadas en una propuesta de festejo popular y
como fiesta de la invención
y devoción de la Santa Cruz vienen a organizarse en Los Taques prácticamente cuatrocientos años
después de la inventada fecha, cuando ya esta población había desarrollado
músculo de organicidad política e institucional, incluyendo el aspecto
religioso.
Al igual que ocurrió en muchas regiones
en la Venezuela de la época de los últimos caudillos guzmancistas, de finales
del siglo XIX y de los albores del siglo XX, con el advenimiento de la
tenebrosa hegemonía de Juan Vicente Gómez; la Quema de la Cruz de Mayo que se
ejecuta en Los Taques, como otras tantas festividades populares, paganas o
religiosas, experimentó un amplio e inusitado padrinazgo oficial, simplemente
amparado bajo el deliberado propósito gubernamental de convertirla en una
alternativa de distracción popular por aquello de que "pueblo que se
divierte no conspira".
Por eso no había pueblo o caserío en
aquella desolada Venezuela cuyo Jefe Civil, por muy analfabeto que fuera, no
deviniera en suerte de mayoral o patrocinador de tales festividades, en
connivencia con los párrocos o curas de sus parroquias o curatos
correspondientes, quienes generalmente simpatizaban o se plegaban al gobierno
de turno. Dentro de esa simbiosis pagano/religiosa (donde proliferaban
indistintamente bailes y procesiones) estos conspicuos personajes, en
inexplicables e interesadas alianzas, se empeñaban en acostumbrar a los pueblos
al homenaje y a la obsecuente sumisión.